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Sergio Sosa.

Sergio Sosa.

“Mis memorias más antiguas ya vienen impregnadas con ese olor característico que deja el plástico cuando se plastifica”, recuerda Sergio Sosa, quien a sus 12 años ya operaba una máquina de inyección manual (de aquellas que tenía que abrir y cerrar a mano). Así llegó a conocer las minucias técnicas de la transformación de plásticos, tanto desde el empirismo, como desde el estudio y la investigación. Su curiosidad, su espíritu inquieto y su chispa lo han llevado a ser un innovador genuino en los proyectos que ha emprendido como experto técnico, como director de una empresa, como hombre de negocios y como inventor, con patentes en Europa y Estados Unidos.

Ante el anuncio de su retiro definitivo de la industria de plásticos en su cumpleaños 65, Plastics Technology México conversó con él sobre sus vivencias e impresiones del sector en el país y en América Latina. Estas son algunas de sus experiencias y enseñanzas, que reflejan los retos y aciertos que encuentran quienes se han dedicado a buscar el crecimiento de la industria del plástico en la región.

Contenido destacado

Pasión por los plásticos desde casa

Sergio Sosa nació en un entorno de industria y manufactura. Su papá, el señor Antonio Sosa, tenía un taller metalmecánico donde fabricaba máquinas y equipos para diferentes procesos, entre ellas máquinas para inyectar plástico. Por ser un sector novedoso y en pleno auge, la demanda de inyectoras fue tal que hacia 1958 el taller se dedicó exclusivamente a este segmento. “En aquella época, en México solo se encontraban máquinas inyectoras de importación, la italiana Negri Bossi, de la norteamericana HPM y de la alemana Hans Lindner (que luego se convirtió en Kloeckner Ferromatik). La de mi papá, fabricada en México, era más barata y vendía todas las que podía hacer. Como era un taller pequeño, producía solo unas dos máquinas cada tres meses”.

Hacia la década del setenta el negocio cambió con la entrada de maquinaria extranjera y el taller dejó de fabricar máquinas para dedicarse al moldeo por inyección de piezas plásticas. “Los años cincuenta marcaron el inicio de la industria de plásticos en México, y mi papá comenzaba a hacer sus máquinas. Hacia los sesenta empezó a florecer, pero sin mucha tecnología. Todo era muy artesanal y casi todo mundo inventaba sus cosas. Ya en los setenta empezó a llegar tecnología de fuera, y se vio una especialidad. Yo aún tengo guardadas dos de las últimas máquinas que fabricó mi papá”.

Aunque desde muy chico Sergio conocía el funcionamiento operativo de los procesos, no podía manipular las máquinas él mismo. Como se trataba de máquinas de 35 toneladas, con cierre manual e inyección hidráulica, no tenía fuerza suficiente para cerrarla. Eran máquinas que tocaba cerrarlas a mano, inyectar y cargar hidráulicamente. Luego, darles el tiempo de espera y abrir con las manos. Se abría el molde y se sacaba la pieza también a mano. “Cuando yo tenía unos 12 años, mi papá compró una Negri Bossi pequeña, de 28 toneladas, y usada, que me la dio para que yo empezara a moldear. Allí me anticipó que no volvería a darme dinero, porque en adelante lo que yo recibiera sería por mi trabajo en el taller. Me dijo: ‘Te quiero mucho, pero vas a aprender a trabajar’”.

Las primeras piezas que Sergio fabricó fueron unos carretes para la bobina de un regulador de voltaje de auto. “Era una pieza pequeña que se fabricaba en nylon 6 con fibra de vidrio. Este material de ingeniería se lo comprábamos a DuPont. Venía en botes cuadrados con membrana de aluminio de protección para que el material no se humedeciera”.

Ahora ríe al recordar que tener tan presentes estos botes le valió un reconocimiento muchos años después, cuando estaba con directivos de DuPont y el gerente para México comentó que Sergio era cliente desde que tenía 12 años. Como nadie lo podía creer, a modo de prueba, le preguntaron por el peculiar empaque de aquel material. Sergio dio una respuesta tan detallada que todos quedaron sorprendidos.

“Mi destino estaba dirigido a ser ingeniero. Una vez con mi papá fuimos a una reunión a Canacintra, donde tenían una máquina de inyección trabajando sola. Era impresionante, cerraba, abría, cargaba y caían las piezas, y yo no lo podía creer. Tenía un tablero electromecánico, y en esa época era como si uno viera una nave espacial. Yo le pregunté a mi papá: ‘¿Por qué tú no haces eso?’, y él me respondió: ‘Porque no soy ingeniero’. En ese momento supe que quería ser ingeniero y tenía en mente fabricar máquinas”.

Al terminar la secundaria entró a la vocacional. “Me daban entrada directa a una escuela nueva, del politécnico, que estaba cerca de la casa (UPICSA), pero que no tenía talleres. Con unos amigos fuimos hasta el CeNETI (Centro Nacional de Enseñanza Técnica Industrial). Era lejísimos, me tardaba en llegar más de una hora y media, entre caminata, metro y camión, pero tenía unos talleres impresionantes. En 1974 tenía el único taller en México con dos electroerosionadoras. Tenía también talleres de electricidad de alta y baja tensión, fundición en aluminio y cobre e incluso un alto horno para fundir acero. Era impactante. Estaba enfocado para técnicos, pero luego se abrió para ingenieros industriales y de ingeniería civil”.

Con sus amigos querían inscribirse, pero fue una gran sorpresa descubrir que el proceso de ingreso era sumamente complejo. Constaba de varios niveles de exámenes. Ese año, recuerda Sergio, de 3 mil solicitudes fueron convocados mil alumnos para presentar las pruebas y, al final, solo fueron aceptados 120 estudiantes, entre los que estaba él.

“Yo estaba feliz, pero tenía un problema. El dinero que ganaba era del trabajo en el taller de mi papá. Si no trabajaba no había dinero, y entre el viaje al CeNETI y las clases no me quedaba tiempo. Entonces tuve que conseguir un trabajo en la escuela, en el departamento de cómputo. Así es que prácticamente vivía allí. Estaba en la escuela desde temprano en la mañana hasta casi la noche, pero lo pasaba muy bien. Era una escuela con gran visión. En plena década del setenta tenían un horno solar en el patio para calentar la torta, así como instalaciones para diseño y fabricación de carros eléctricos”.

En el segundo año de la carrera se abrieron dos especialidades: plásticos y metalmecánica. “Yo me inscribí a metalmecánica, porque mi idea era fabricar máquinas. Además, ya sabía de plásticos por la empresa de mi papá. Pero el director técnico de la escuela me dijo que me cambiara a plásticos”. En ese momento lo nuevo eran los plásticos, y la mayoría de los estudiantes quería entrar al programa.

Para el programa, las clases sobre plásticos eran impartidas por empresarios de ANIPAC. “Me impactó mucho que todos conocieran a mi papá. Cuando veían mi apellido me preguntaban si tenía relación con el señor Sosa que tenía su taller en Iztapala. Entonces descubrí que mi papá era realmente un pionero de los plásticos, contemporáneo de Sergio Beutelspacher, que hacía máquinas de extrusión, y mi papá de inyección. Antes nunca lo había pensado, pero allí vine a notarlo y era algo muy especial. Tomé clases con Peter Kramer y con Eduardo Cruz Prado, quien venía acompañado por su aprendiz, nadie más ni nadie menos que Rafael Blanco”.

ANIPAC logró un acuerdo con un instituto alemán, el SKZ (Sud Deutsches Kunststoff Zentrum), para enviar un grupo de estudiantes a hacer estudios y prácticas. “Vinieron desde Alemania dos hombres y una mujer. Tomaron las calificaciones de todos y nos entrevistaron con un traductor. Solo había cinco lugares, y yo logré quedar en cuarto puesto. Siempre fui muy buen estudiante y tenía mi lugar, pero era triste que se quedaran por fuera nuestros demás compañeros. Éramos 15 en total. Así es que nos propusimos interceder por ellos. Invitamos a los alemanes a Garibaldi, les hablamos de nuestros compañeros, les explicamos la importancia de que todos fuéramos en grupo. Al final los aceptaron y viajamos los 15 para Alemania. Fue toda una hazaña, y un gran grupo. Nos fue muy bien, íbamos bien preparados y terminamos siendo ingenieros en plásticos. Una gran generación”.

Durante su estancia en Alemania, los estudiantes tenían la oportunidad de hacer dos prácticas empresariales. “Hice la primera parte en Kloeckner Ferromatik y la segunda en KraussMaffei. Yo seguía necio con mi objetivo de fabricar máquinas. Al final nunca lo hice, pero allí encontré muchísimas ideas. De los plásticos me gusta todo: el material, la tecnología, la maquinaria y la forma de procesarlo”.

Hacia el siguiente nivel: mucho trabajo

Al regresar de Alemania quiso independizarse. “Peter Kramer me ayudó a conseguir mi primer trabajo con uno de sus clientes, que tenía una fábrica de Clarasol. Allí fabricábamos tapa y botella. Luego me fui a Cuernavaca y comencé a trabajar con KS de Morelos, donde a los 23 años de edad me nombraron gerente de producción. Aunque todos me decían ‘El chamaco’, llegué a dirigir una fábrica con 60 máquinas de moldeo”.

Sin duda fue todo un reto llegar la dirección técnica de una empresa donde tenía a su cargo gente mucho mayor. No obstante, su experiencia y conocimiento le valieron el respeto y la confianza tanto de los directivos como de quienes estaban en planta.

Por eso, Sergio recuerda a Juan Kladt, de KS Morelos, como uno de sus mentores, junto con su padre y sus maestros. “Juan había estado diez años antes que yo en el mismo programa de estudios de Alemania. Me dio grandes oportunidades y trabajé muy a gusto allí”. Luego, con la devaluación de 1982, Kladt decidió abrir empresa en Estados Unidos para acceder a ese mercado, y Sergio buscó otros horizontes.

Volvió a trabajar un tiempo en la empresa familiar con su papá, y después surgió una oportunidad como director técnico de la división de plásticos de BASF, lo que podría significar la posibilidad de regresar a Alemania, algo que en ese momento le parecía interesante. Sin embargo, al poco tiempo su papá, el señor Antonio Sosa, sufrió un accidente en motocicleta y falleció a la temprana edad de 48 años. Entonces Sergio es llamado a tomar las riendas de la empresa familiar y a enfocar sus esfuerzos en sacarla adelante, junto con sus hermanos Juan Antonio y Alberto.

“Al revisar los documentos de la oficina de mi papá me di cuenta de que tenía muchísimo trabajo”. Había invertido el dinero en comprar una nueva máquina inyectora, que aún no había sido entregada, y para la cual se requería hacer el segundo pago del 50% con la entrega. El señor Sosa estaba gestionando un crédito para hacer el pago restante, pero con su fallecimiento la solicitud no podía concretar su curso. Jorge Guerrero, uno de sus compañeros de Alemania, trabajaba en ese entonces en Negri Bossi, y le comentó la situación. Estaba la opción de renunciar a la máquina y recibir el reembolso del anticipo o reunir el dinero restante, como fuera, y hacerse con una máquina moderna para ampliar el negocio.

No fue una decisión fácil, pero al final optaron por darse la oportunidad. “Si abríamos un tercer turno podíamos trabajar la máquina que ya teníamos, surtir pedidos y reunir dinero para pagar la otra máquina, y así fue. Hacíamos todo: Juan Antonio la producción, Alberto el taller y yo estaba en la administración, la estrategia comercial y hasta la contabilidad”. Fueron años de esfuerzo y sacrificio, pero rindieron sus frutos. “En 23 años llevamos la operación de 100 mil dólares al año a 8 millones de dólares, pero todo fue con mucho trabajo”.

El periplo para llegar allí tuvo varios retos y aciertos. Una crisis de la industria automotriz los llevó a buscar nuevos mercados. La frontera parecía un nicho promisorio, pero al llegar a Chihuahua encontraron que las decisiones de compra de maquila se hacían directamente desde Estados Unidos. Así, sin experiencia en estas negociaciones, y con el dinero contado, Sergio decidió emprender el viaje para intentar vender sus piezas plásticas.

“Era mi primer viaje a Estados Unidos. Llegué a Chicago, y para ir a la empresa del cliente tomé un taxi que tardó una eternidad en llegar. Yo veía que marcaba y marcaba por encima de los 70 dólares, y en lo único que pensaba era que me tocaba vender a fuerzas o al otro día no tendría mucho con qué comer. El cliente no mostró entusiasmo. Yo era joven, y aunque tenía el conocimiento, venía a presentar una empresa pequeña. No confiaban, pero entonces les hice una propuesta. Tenían varias piezas en el escritorio, y les dije que me dieran una. Yo haría el molde sin cobrarles. Solo si me aprobaban la pieza me hacían un pedido por la producción. Fue un riesgo altísimo para nosotros, pero así lo hicimos, y al final se convirtieron en nuestro primer cliente fuera de México, al que le fabricábamos más de 200 millones de partes”.

En 1996, gracias al gran trabajo realizado por Juan Antonio Sosa en el área productiva, ganaron el Premio Nacional de Exportación como empresa pequeña manufacturera. Y así, continuaron sumando clientes en Estados Unidos. Uno de ellos, una empresa de talla mundial que opera en los segmentos aeroespacial, de construcción y de materiales de alto desempeño, les puso más presión. Aunque confiaba en sus capacidades, les pedía tener una operación más robusta para darles más negocios. “Nos dijeron: habitualmente no les compramos a clientes tan pequeños como tú, que tienen la operación en una casa habitación y con una pequeña bodega. Necesitamos algo más sólido. Sin duda, eso nos motivó y pasados algunos años inauguramos nuestra planta, en el corazón industrial de Chihuahua, en 1997. Luego, terminamos vendiéndoles 3 millones de dólares al año, y alguna vez, cuando este cliente visitó la planta, que tenía unos 3,000 metros cuadrados y 250 empleados, le pregunté ¿la quieres así o más sólida?, ellos sólo reían porque sabían que fueron nuestra gran motivación”.

Antes de eso, en 1992 llegó una oferta para un nuevo tipo de negocio. Negri Bossi less propuso ser representante de sus máquinas de inyección en México. Sergio vio una oportunidad comercial, y la posibilidad de obtener a través de ellos condiciones favorables para adquirir las máquinas que se requerían en la planta de Chihuahua. “Fue un éxito. Vendimos 500 máquinas inyectoras para ellos entre 1993 y 2006 y logré un excelente acuerdo para obtener una línea de crédito para nuestras máquinas”.

Líder gremial

Hacia 1994, cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio, Sergio Sosa ya tenía experiencia en exportar a través de la maquiladora y de hacer negocios en Estados Unidos. Entonces comenzó a recibir invitaciones para participar en conferencias y compartir su experiencia. A raíz de estas participaciones lo invitaron a ser vocal y después vicepresidente de ANIPAC, y para el periodo 2000-2002 fue electo como presidente. “Había un sentimiento de entusiasmo hacia el cambio y acepté”. En ese entonces, uno de los grandes retos que tenían los empresarios era expandir sus negocios más allá de la frontera y generar una cultura de trabajo que les permitiera ser competitivos en un mercado global. Allí, Sergio Sosa con su experiencia y visión de líder tuvo mucho por aportar.

Después de su primer año en este rol, llegó además el reto de presidir la Asociación Latinoamericana de la Industria Plástica (Aliplast), que agrupa las cámaras y asociaciones de plástico de toda Latinoamérica. Con apenas tres años de fundación, hasta ese momento la presidencia se había rotado entre Brasil y Argentina, pero en ese año Colombia postuló a México, y por votación mayoritaria Sergio Sosa obtuvo el cargo. Entre sus metas estaba lograr un consenso de los lineamientos estratégicos que debía seguir la asociación para hacer frente a la globalización. Fue así el primer presidente mexicano del organismo regional.

Innovación en búsqueda de soluciones

Con una brillante trayectoria como empresa familiar, y en un punto alto de negocios y rentabilidad, hacia 2007 se presentó la oportunidad de vender Sosa Molding Plastics, la empresa en Chihuahua, a un reconocido proveedor global de soluciones de manufactura. Recogieron así los frutos de tantos años de trabajo, y ahí comenzó para Sergio un nuevo capítulo, dedicado a consultoría, investigación y desarrollo. Con un nuevo emprendimiento, llamado Sosa Tech Advisors, ahora en Estados Unidos, prestó apoyo a grandes compañías, como Grupo Femsa, para llevar a cabo proyectos de eficiencia y rentabilidad dentro de sus operaciones.

A varios proyectos de optimización les siguió el reto de desarrollar un pallet fabricado en polipropileno para este cliente, que fuera resistente para múltiples usos, con una alta durabilidad y, además, costo-eficiente. Entonces Sergio ideó un proceso de transformación denominado Inyección Interna de Espuma o Inside Injection Foaming (IIF, sigla en inglés), que combina inyección a alta presión con inyección de espuma estructural a baja presión.

Un pallet, fabricado mediante este proceso por Plásticos Técnicos Mexicanos (PTM) recibió un galardón en la primera competencia internacional de diseño en NPE, que se llevó a cabo en 2009, y que reunió a los exponentes más destacados en cuanto a diseño, aplicaciones innovadoras, mejoras de procesamiento e incorporación de prácticas y materiales sostenibles. La pieza, fabricada con el proceso de IIF, obtuvo el primer lugar en la categoría de Empaque y Manejo de Materiales (Packaging & Handling Materials Award).

El proceso, patentado por Sosa, permite fabricar piezas altamente resistentes, con grandes espesores de pared (superiores a 15 mm) y con un tiempo de ciclo de moldeo menor que el del proceso de inyección de espuma estructural y con eficiencia de costos. Según comenta su inventor, si bien hay un proceso de espuma estructural que puede ser utilizado para piezas de entre 6 y 15 mm de espesor, el resultado es una pieza de alto peso y costos. Entonces, la solución fue desarrollar un proceso para fabricar un pallet mediante inyección tradicional, al que se le pueda hacer un refuerzo de espuma solo donde se necesita que tenga pared gruesa.

En 2020, Sergio consiguió vender la patente a una empresa alemana, que ahora desarrolla su línea de pallets con una invención hecha en México, lo que constituye un hito importante de exportación de propiedad intelectual.

En este punto del camino, al anunciar su retiro definitivo, Sergio Sosa reconoce como un gran logro haber aguantado toda la carrera. “Ha sido un camino largo, de vender piezas de plástico a gringos, máquinas de inyección a los mexicanos y hasta una patente a los europeos. Entre más te esfuerzas y más difícil es el camino, más aprendes y te desarrollas. Luego de más de cincuenta años moldeando, puedo decir que lo que se quiere hacer de forma magistral se tiene que practicar, como hacen los atletas, y yo he practicado desde chavo”.

Desde 2015, Sergio Sosa había estado distanciado del sector de plásticos mientras atendía asuntos de salud. Un agresivo cáncer de riñón, nivel IV, ocupó su ingenio y determinación en la búsqueda de recursos para su bienestar. Hizo de esta situación un nuevo reto que, así como un proyecto en plásticos, requería investigación, experimentación, generación de conocimiento, entendimiento y acción. Ahora, este mes, se dispone a celebrar su cumpleaños número 65 y a buscar nuevos rumbos.

“Cuando toda la vida trabajas con recursos limitados, te enseñas a buscar caminos. Te vuelves ágil de mente. Siempre tienes un enfoque a resolver los problemas: ¿cómo hago aquí?, ¿qué funciona mejor acá?, ¿de qué otra manera se puede hacer?”.

Sin duda, esta es la esencia de un espíritu innovador, que con curiosidad busca abrirse paso por donde pocos han transitado.

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